De Madrid al cielo.
Muchos han sido los artistas que han encotrado su inspiración en Madrid. Velázquez pintó sus salones a través del espejo, Pérez de Ayala describió su vida literaria en Troteras y Danzaderas y Sabina la sitúa a mitad de camino entre el infierno y el cielo.
Desde la Puerta de Oriente hasta la Gran Vía debe haber más de doscientos bares, todos abiertos y llenos de gente hasta que la ciudad se acuesta, rebasada ya la medianoche. El centro en Navidad es un hervidero y la Puerta del Sol se colapsa a finales de año. San Isidro llega con el mes de mayo para despedirse definitivamente del frío invierno que ha dejado atrás y hacerle el último guiño a la primavera. El verano es sofocante pero tranquilo, se llenan las playas y Madrid se vacía hasta que regresa septiembre. Y todo esto vuelve a empezar cada año pero con nueva gente, llegada de todos los rincones.
A mí me gusta el nombre de sus plazas y calles. Concha Espina le debe su fama a una parada de metro, Atocha suena a pueblo de Guipúzcoa y todos hablan de una Castellana que resulta no ser tan estrecha. Los madrileños pueden parecer chulescos, enfermedad de un par de días. En cuanto los conoces son abiertos y desenfadados, gente cercana y en la que puedes confiar.
En fin, que Madrid tiene algo que me cuesta definir en una sola palabra. Quizás porque soy catalán, de Barcelona. Ciudad desde la que también se puede tocar el cielo, pero eso ya os lo explicaré otro día...
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