miércoles, 10 de enero de 2007

Un par de tonterías...

Antes de nacer Newton la gravedad no existía. Los cuerpos flotaban en el aire igual que los pájaros y los pájaros no eran aves sino animales con plumas. Los lagos convivían con las nubes en la estratosfera y las mujeres llevaban enaguas para que los más osados no oteasen lo que escondían bajo sus faldas. Desgraciadamente, la teoría de la Gravedad cayó como una losa sobre nuestras espaldas y nos privó de volar. Exceptuando a los animales con plumas, Newton puso a todos los pies en el suelo.

Fue por aquel entonces cuando los humanos empezamos a maquinar formas de cruzar los mares y las montañas que nos separaban. Los primeros vehículos eran caros, lentos y pesados. Moverse pasó a ser un negocio que fue creciendo con el tiempo. A principios del siglo veinte, unos hermanos ingleses hicieron volar una máquina más pesada que el aire. Años más tarde, cientos de aviones surcaban a diario los cielos; la vida tornaba a la tan ansiada normalidad que Newton nos había arrebatado.

Sin embargo, el siglo pasado, alguien volvió a incurrir en la historia haciendo desaparecer otro de nuestros bienes más preciados: el tiempo. Todos los relojes, incluso los de arena, se detuvieron el día que Einstein formuló la Teoría de la Relatividad. Las horas dejaron de ser absolutas y los días se confunden ahora con minutos, y estos a su vez con segundos que a veces resultan eternos. Los lingüistas han tenido que dar giros lingüísticos a palabras como rato o momento, para maquillar el tremendo caos en el que nos hallamos sumergidos.

No quiero parecer agorero al presumir que más sorpresas nos aguardan. Nuevas teorías volverán a cambiar lo establecido y nos acercarán a nuevas realidades que incluso nos parecerán ficticias. Nada es lo que parece por mucho que intentemos remediarlo o por mucho que agudicemos los sentidos. Las ideas, aunque cueste dar con ellas, están al alcance de todos porque existe la gravedad y no son ya una cuestión de tiempo.